Poesía y erotismo en Faílde: “En muchas ocasiones la literatura erótica se consideró como un modo de provocar…”


A menudo, el lector o el crítico tienen la impresión de adentrarse en un bosque de incertidumbre cuando se enfrentan a la lectura de un poemario erótico. Y ello porque las fronteras entre erotismo y pornografía resultan a veces muy sutiles, incluso para los especialistas en el tema, los cuales no consiguen aclarárnoslas a quienes no disponemos de tal marchamo o condición. Por otro lado, se hace difícil decir algo nuevo en tal tema, o al menos resistir la atracción fulgurante de los tópicos manidos o al uso.
El poeta Domingo F. Failde (Linares, Jaén, 1948) tiene ampliamente demostrados sus resortes, registros y valía como tal, por lo que su obra no necesita en modo alguno mi defensa. Su amplia trayectoria de libros y premios así lo demuestra.
El erotismo es tema que prácticamente todos los poetas abordan de una u otra manera (recuérdese el caso de san Juan de la Cruz, por citar uno de los extremos), pero a lo largo y ancho de la historia literaria de todos los pueblos y naciones ha sido afrontado con más que suficiente calado. Sus fronteras con la moral imperante lo han convertido en tema escandaloso y maldito para unos, en festivo y jovial para otros, cuando no jocoso para otra buena parte de lectores. Evidentemente, el erotismo tiene no pocos puntos de relación y vinculación con el amor y éste es uno de los temas capitales de la vida. En muchas ocasiones la literatura erótica se consideró como un modo de provocar al burgués y a la moral burguesa, por lo cual fue considerada como piedra de escándalo. En los días que corren, pocos son los lectores que pueden escandalizarse ya de lo que un libro de poesía erótica pueda descubrirles, en vista de la cantidad de fuentes de información que éstos encuentran a su disposición para documentarse en cuantas artes amatorias coexisten. Pero el poeta Domingo F. Failde ha demostrado en Carnalia (2009), neologismo latinizante que viene a designar a los asuntos carnales, que es autor con recursos y que conoce bien la tradición de la literatura erótica; en especial, se nos menciona aquí a Catulo, a Pietro Aretino, al marqués de Sade, a Kavafis, etc. El libro, que mereció el XXIII Premio Cálamo de Poesía Erótica, consta de tres partes: la primera lleva por título Cinco desnudos para encender la noche y se basa esencialmente en el conocimiento del cuerpo amado, en sus secretos y en la trasgresión de prejuicios morales que impidan gozar de ese cuerpo en su integridad. En el poema IV hay algunos guiños irónicos a la contemporaneidad poética: “Yo, Fulano de Tal –pongo mi nombre-/, renuncio a los laureles del sistema, es decir, / a ganar el Loewe, por ejemplo” (p. 22); o cuando escribe: No valen las completas de Luis García Montero/ lo que verte desnuda, en el instante/ de advertir la mentira de todo lo cantado,/ de todo, sin reservas,/ excepto la lujuria que me empuja hacia ti (Ibid, p. 22).
Entiendo que la pasión erótica se constituye en una de las formas mayores para negar la muerte (eros y tanatos), de oponerse a ella con la fuerza más vital e intensa que poseemos, con la más radical y humana. Por tanto: a la medida de las limitaciones que son inherentes a nuestra condición. En otro ámbito de cosas estarían los baluartes que proporcionan la fe, la religión o las creencias. Algunos grandes poetas cayeron en la desmesura de considerar al amor vencedor de la muerte (léase don Francisco de Quevedo y su soneto Amor constante más allá de la muerte), pero dejo a la lucidez del lector la decisión sobre cuestión tan determinante, sin pronunciarme al respecto.
La segunda parte, que lleva por título Angelario, está compuesta de diez textos, todos ellos con referencia al concepto de ángel incluido (inevitable resulta recordar, aunque no sea más que de forma anecdótica, al Rafael Alberti de Sobre los ángeles). Estos van desde Gabriel al mundano, el de Sodoma, el sexo de los ángeles, el de las tumbas, el censor, el de la virtud, el publicitario, el réprobo o el exclusivo. Toda una gama de angelería, confeccionada según las necesidades de un discurso poético que ha sabido ver en estas criaturas celestiales símbolos casi vivos de la belleza efébica, andrógina y hasta asexuada. Ángeles, pues, que nada o muy poco tienen que ver con tales criaturas celestiales, sino más bien con seres humanos que coadyuvan a la realización de la experiencia amorosa e incluso, en ocasiones, intervienen en ella. El poeta afronta el tema con ironía y sobre todo con irreverencia, como cuando escribe: Abrumado por su hermosura/ y la forma terrible de mirarme,/ me arrodillé a sus pies./ Él sin embargo, rechazó mi gesto,/ me tomó de la mano y, levantándome, un ojo me guiñó, con aire cómplice: / ¿No quieres que pasemos/ un buen rato? –me dijo-./ Hablaba deliciosamente en griego,/ con acento francés (El ángel mundano, p. 28). En el poema Discurso del ángel réprobo (p. 35) afirma que ángeles son Penélope Cruz y Scarlett Johansson; o cruzando la acera Mel Gibson, Richard Gere y Kevin Costner.
La tercera parte del poemario, titulada Memorias, consta de nueve textos en los que se hace uso de un fino culturalismo para invocar a Virgilio, Kavafis, Ana Rosetti, Salomé y la cabeza de Juan el Bautista, el marqués de Sade, a quien se cita, o a Neruda, a quien se hace referencia siempre con un lenguaje altamente provocativo y un discurso erótico-pornográfico que no debiera confundir a nadie.
Dolors Alberola, en su prólogo titulado Página por delante y por detrás, traza unas audaces líneas en torno al sentido del libro y a la personalidad de su autor. Lo hace con soltura, atrevimiento, gracia, incontinencia e ironía y resulta sorprendente para el lector, que de ninguna manera debería obviarlo.

© José Antonio Sáez.-