"Domingo F. Faílde tiene puesto el cielo en su deseo, el infierno en los hábitos de esta sociedad y el purgatorio en sus propias dudas"



Domingo F. Faílde, incrédulo más allá del cuerpo, tiene puesto el cielo en su deseo, el infierno en los hábitos de esta sociedad que nos contiene y el purgatorio en sus propias dudas. Limitando en su humanidad, ahí están su dios y su palabra. Su patria -siempre lo ha dicho- es la poesía y el cuerpo de la mujer que ama; de ahí que en su discurso entren los laberintos místicos del francés y del griego, puesto que, al no ser el humano una criatura monógama por naturaleza, su patria ha podido ir cambiando y con ella los recursos métricos de su modo de hacer de la carne y el amor un larguísimo poema repleto de erotismo.
El autor del libro, objeto de esta amigable presentación, no se detiene un ápice al aclararnos que no existe frontera entre lo erótico y lo pornográfico y razón tiene, puesto que todo aquello que el hombre puede hacer con su cuerpo es cosa de hombres y tan natural como masticar, oler o hacer chiribitas con los ojos. Lo mismo que se dice traductor-traidor, podríamos aplicar en este caso: lo pornográfico pertenece a una traducción manipulada de lo erótico o, dicho de otro modo, la pornografía no existe en la carne sino en el propio pensamiento de cada visionario, porque qué va a salir de la conjunción de dos palabras sino otra palabra; idénticamente, de dos obras de la naturaleza, qué, sino una tercera. Todo, se ha dicho siempre, es según el cristal con que se mira: dos cuerpos desnudos, en la postura que sea, son dos pedazos de naturaleza, en la calle o en una sala de baile. El cambio de parámetros nos lo proporciona la educación o mala educación que hemos recibido, porque, cuándo nuestros ojos han traducido ni por asomo que ver pasar a dos leones sea un espectáculo fuerte o contemplar su apareo. En fin, que todo eso nos lo deja el autor claro en su caligrafía literaria, pero no nos llevemos a engaño, porque -lo mismo que confesara Pessoa, nos sirve para cualquier poeta que se precie- algunas veces somos unos fingidores. No les voy a decir yo en qué lugares es o no es realidad lo que escuchemos: ésa es otra parte que también nos la dará dilucidada nuestra personal traducción. Ahora sí, por la parte de libro que me corresponde lidiar con lo que ustedes imaginen sobre mi propia persona, sujeto lírico y sujeta líricamente a parte de los escarceos que se narran en él, les ruego no se me desmadren, no vayan mucho más allá de la tinta, no desarmen todas sus fronteras naturales y me sitúen bien en Sodoma o en un patio vecino; y, si deciden hacerlo, dado el tiempo que corre y la cantidad de perversión –esa sí que no puede llamarse erótica sino pornográfica- que sucede en el orden de valores y en el cuerpo bestial del macrocapitalismo, gracias al cual se nos inauguran infiernos dentro de nuestra propia carne día a día, imaginen siempre el entorno con la máxima higiene posible y animen la imaginación con una música de fondo exquisita y no cosas de esas de pechito con pechito y demás estupideces con las que nos vamos asemejando cada vez al torpísimo animal en que nos quieren convertir y no a ese rey león que hace rato cruzó por delante de nuestras narices, burlándose de la falta de razón y de estética que habita ya entre los hombres.
Llegado a este punto, decirles, teman, escandalícense, arrópense unos con otros, hagan lo que les dé la gana, pero escuchen lo que en breves momentos nos contará Faílde con su tinta y su carne hechas brasas.

© Dolors Alberola.-