"...el sexo de la amada es el único templo posible, y su centro la única deidad que da fe a este libro"



Leer las páginas del cuerpo de la persona amada y beber, como decía Kavafis, un vino fuerte, como sólo los audaces beben el placer.
Esta es la propuesta que el poeta y autor de este libro, Carnalia, nos hace a sus lectores, y lo hace con el palpitante descaro de aquel que renuncia, que desprecia los laureles que proporcionan la fama, el dinero, a cambio de esa otra arquitectura de los sueños donde el verso, más allá del olor inefable del deseo, te conduce a esa danza ritual, frenética y orgiástica del verbo donde el nombre de Clodia o de Lesbia resplandece, velado y luminoso, en otros nombres.
Un libro de poemas o un desvarío, donde el autor, Domingo F. Faílde, como el Fausto de Goethe se transforma en un errante deambular jardines, tiempo, espacio:
De París a Sodoma, de Grecia a Estambul para quedarse en la España de Fernando de Rojas convidando a Calixto a los abismos que impone la belleza y de paso, porqué no, pellizcar con ardor celestinesco al mito.
Porque para qué ir al cielo -se dice así mismo el poeta- ni al Olimpo, ni siquiera al mismísimo Parnaso, para qué, si borracho el ángel de las barbaridades te invita a esa larga copa en la taberna, donde sientes que el sexo de la amada es el único templo posible, y su centro la única deidad que da fe a este libro.
Así, el Eros de este libro se impone. Y más allá del sarcasmo, la chispa, la ironía, se introduce en las recónditas líneas de la carne, prendiendo llamas en la metáfora, en la sangre del verbo, en cada pausa de ese amor llamado, incomprensiblemente, impuro.
Porque una cosa sí que queda clara. Y es que el Ángel censor, señores, no existe en este libro.

© Isabel de Rueda.-